Nacimos y crecimos en una sociedad en la que se ha vivido el día a día rutinaria y comúnmente; en donde son pocas las situaciones que nos sorprenden y nos sacan de la monotonía.

En nuestra condición de humanos, siempre llevamos latente una inquieta curiosidad por lo desconocido, por lo extraño, por lo extraordinario, por lo atípico, por lo fantástico, por lo mágico. Quién podría negar que desde niños, hemos sentido una inexplicable atracción por los shows de magia, pues nos constituyen un mundo en el que alcanzamos nuestros sueños. La magia es ese fascinante espacio en el que se tiene la oportunidad de hacer posible lo imposible. ¡Ésa es la magia!

Por un lado muy distinto, la misma vida nos llevó al maravilloso mundo del cabello. Entendimos éste como una extensión de la misma piel al fin de proteger una de las partes más vulnerables del cuerpo: la cabeza.

Aparte de su función protectora, nuestra cultura hizo del cabello uno de los accesorios más valiosos estéticamente en la presentación personal de hombres y mujeres. Los hombres están empezando a cuidar más su cabello, pero las mujeres lo han hecho casi que desde los orígenes de nuestra cultura.  Tanta influencia visual tiene el cabello, que puede afectar positiva y/o negativamente la percepción del rostro humano. 

La cara de una mujer es como un cuadro artístico: un mal marco opaca una gran obra artística, pero un buen marco, puede embellecer el dibujo menos llamativo. Así es, el cabello es el marco de la cara. Y he ahí, un problema que ha atormentado a millones de personas a través de los tiempos: un cabello crespo y maltratado.